Para el siglo XX a mediados del
año 1938, se realizó la Conferencia de Evian la cual fue una iniciativa del
presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. El objetivo de esta
reunión fue discutir sobre el problema de los refugiados judíos víctimas de las
políticas discriminatorias del régimen nazi. La conferencia duró 9 días y fue
realizada en Evian-les-Bains, Francia, entre el 6 y 15 de julio del mismo año,
y contó con la presencia de varias delegaciones internacionales.
Desde el 1933 que el régimen de
Adolfo Hitler estaba intentando convertir a Alemania en un país libre de
judíos, por medio de actitudes violentas y una política de exclusión legal,
social y económica. Esto causó que la vida de 600,000 judíos en Alemania fuera
difícil, obligando a algunos a abandonar el país. Pronto estas medidas
discriminatorias surgieron también en Australia, producto de la anexión de este
país a Alemania. En consecuencia y a pesar de los difíciles tramites de salida
que debieron afrontar los judíos alemanes y austriacos huyeron cerca de 350,000
judíos de los dos países.
Durante el desarrollo de la
conferencia de Evian la totalidad de las naciones demostraron signos de
simpatía y compasión frente a los refugiados judíos de la Alemania nazi y
Austria, además de expresar deseos de que la situación se solucionase, pero
cuando llegaba el momento de mencionar si permitían o no a los judíos
refugiarse en sus territorios se mostraban rígidos y ofrecían solo excusas para
no recibirlos.
Cabe destacar que la única
excepción en esta conferencia fue la República Dominicana, que mostró su
disposición a aceptar 100,000 refugiados, nos obstante el entonces presidente
del país Rafael Leónidas Trujillo fue el único líder internacional dispuesto a
abrir las puertas de su país a los judíos.
Génesis 12:3 dice: “Bendeciré a
los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en
ti todas las familias de la tierra”.
Los judíos introdujeron la
industria láctea y cárnica que aún hoy es un importante motor económico en la
ciudad. Dios no desampara a sus hijos y respalda su palabra.
Génesis 3:8 dice: “…y he
descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra
a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel…”
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